Después de 14 días de travesía, la expedición completa hizo cumbre pasadas las 16 del domingo 29, en lo que fue un logro personal y colectivo que quedará marcado para siempre en sus protagonistas.
El desafío comenzó a gestarse con Jerónimo Bonino, quien ya había realizado esta experiencia en otras oportunidades. Junto a Guido Bordese comparten un grupo de ciclismo que cumple sus primeros diez años de trabajo continuo. Para celebrarlo, pensaron en subir al “techo de América” en bicicleta (algo que ya se hizo en otras ocasiones), pero no recibieron la autorización necesaria para concretarlo. Sin perder el objetivo de vista, y como Jerónimo estaba organizando otro viaje para emprender el desafío de la manera convencional, se fue armando el grupo. Micaela ya tenía experiencia en alta montaña y se estaba preparando para enfrentar al Aconcagua desde hace un tiempo. Ezequiel había realizado actividades de trekking y outdoors, por lo que éste fue su primer gran paso en actividades de alta montaña. Junto a Guido y Luisina, los cinco armaron el equipo que llegó a la cima.
Tras semejante experiencia, dialogamos con los integrantes de nuestra comunidad educativa, para que compartan sus vivencias, lo que aprendieron en el proceso, el valor del trabajo en equipo y la importancia de tener la fortaleza mental para dar cada paso ante la enormidad del Aconcagua.
- ¿Por qué asumieron el desafío de subir el Aconcagua? ¿Qué los motivó a llevar adelante esta travesía?
Micaela- Es algo increíble que no te lo puedo explicar con palabras y ni siquiera con fotos, me encantaría que lo vivas como para decir lo imponente que es, el que no somos nada, el tomar conciencia plena del ambiente, el universo que tenemos. Eso a mí me genera una sensación que no te lo puedo explicar, no le puedo poner una palabra. Digo felicidad y creo que me quedo corta porque no, no sé si es esa la palabra. Me siento plena, digamos.
Ezequiel- Yo quería vivir la experiencia, como no soy del palo del montañismo, lo que me gusta hacer tiene mucho que ver con la vida outdoor, con la naturaleza. Es cierto que no había experimentado llegar a semejante altura, había estado a 4.700 metros más o menos, y hasta ahí no había sufrido la altura. Y además el plan diseñado por Jerónimo para nosotros contemplaba enfrentar los posibles inconvenientes que fueran surgiendo en el camino, de manera que sentí que yo podía estar dentro de lo planificado. Y fue un desafío personal, desde la humildad. Salí de San Francisco con las intenciones de que cada paso que daba para mí iba a ser una satisfacción, hasta donde llegara, hasta donde sabía que mi cuerpo y mi cabeza podían dar. Y en el proceso me encuentro con un grupo de gente fantástica. Siempre estuve muy acompañado.
- ¿Tenían dudas antes o durante la experiencia?
Ezequiel- Sí. Yo, por ejemplo, en algún momento me preguntaba cómo iba a ser esa experiencia entre varones y mujeres en situaciones tan complejas, y la verdad es que en un momento éramos simplemente un grupo de montañistas cumpliendo un objetivo común. Es decir, en situaciones donde lo simple y cotidiano se torna complejo, como por ejemplo ir al baño, o preparar comida superando los 5.000 metros de altura más o menos, éramos un grupo de personas compartiendo ese momento, esa experiencia, más allá de los géneros. Nuestra actividad diaria era derretir nieve para producir agua para tomar, preparar la comida, y esperar que pase el tiempo. Los días son muy largos, la claridad arranca muy temprano y después tenés luz hasta las 22, más o menos. Por ejemplo hasta Plaza de Mulas, que está a 4.300 metros, usamos las toallitas húmedas para para higienizarnos y esas cuestiones, y en Nido de Cóndores, que es un campamento superior, esas toallitas estaban hechas como de piedra, congeladas. De manera que hasta lo más mínimo y cotidiano resulta complejo.
Micaela- Son muchas cosas que hay que hacer bien para sobrevivir y avanzar. Y sobre todo está la importancia del grupo. En mi vida practiqué muchos deportes, en equipo e individuales, y fue el montañismo el deporte la que realmente me enseñó a trabajar en equipo, de verdad. Porque si no se trabaja de esa manera es muy difícil. Una de las cosas que más me atrae del montañismo es que la montaña te enseña mucho sobre cosas que no aprendés en ninguna escuela. Primero a sobrevivir, a tener que hacer bien las cosas para sobrevivir, y el compañerismo, el trabajar en equipo.
En una experiencia así, ¿el desafío es con la montaña o con uno mismo?
Micaela- El desafío es con uno mismo, y en equipo. Lo que hicimos entre todos fue genial, llegar todos a la cima fue algo genial.
Ezequiel- Para mí el desafío es con uno mismo, porque uno es el que está concentrado en hacer un paso más, en respirar, en no equivocarse. Todo lo que hay que hacer en cada momento implica un poder de concentración bajo las circunstancias en las que se está viviendo, que pueden ser de mucho viento, de baja visibilidad, porque lo más mínimo te deja demasiado expuesto. Por ejemplo, uno se equivoca en sacarse un guante y dejarlo sin una traba, o sin de ponerlo debajo de una piedra, y ese guante se aleja de donde estamos parados, es posible que no lo alcances más y eso te puede hacer poner en riesgo los dedos de una mano. Sostener esa concentración durante tanto tiempo implica que el desafío siempre es con uno, y lógicamente el equipo también influye mucho.
Micaela- Cada uno es consciente de la responsabilidad de cada uno, y después está el equipo, que es más que la suma de las partes.
Durante el camino a la cima, en cada uno, ¿quién toma las riendas? ¿la cabeza, el físico, o el corazón?, siempre hablando del corazón como desde la pasión, o las ganas de cumplir los objetivos
Ezequiel- Debe haber momentos, alturas y circunstancias en las que manda uno o manda el otro. Gente que hemos conocido en la montaña nos decían que esto es 90 por ciento cabeza, lo mental, y siempre se habla de un porcentaje muy alto. No sé si es así, pero sí creo que es más del 50 por ciento una cuestión de cabeza, o cerebral. Y creo que el corazón, esas ganas de hacer cima, te pueden hacer equivocar, o el físico te puede traicionar. Lo que sí me parece que no te puede fallar en esa circunstancias es la cabeza, es la que no la que no tiene permiso a equivocarse.
Micaela- Cuando empieza a fallar el físico, la cabeza empieza a tomar más decisiones. En eso también yo me preparé muchísimo mentalmente, previo a este desafío uno se empieza a preparar a estudiar los caminos, porque hay estar preparado a que pueden pasar. Hay que tener lo necesario para enfrentar las diferentes situaciones, por ejemplo, si uno se queda solo tiene que tener las herramientas para poder volver para poder pedir ayuda para lo que sea, hay que ver y conocer todos esos protocolos para pedir ayuda, cómo es un rescate, cómo actuar ante un accidente. Ahí, preparando eso, uno se empieza a poner nervioso, eso también es parte del desafío. Hay que estar calmados tomar buenas decisiones en todo momento. Y si bien tuve nervios antes de la expedición, después en ningún momento tuve dudas de nada.
¿En algún momento sintieron la dureza del desafío?
Micaela- A mí me pasó cuando empezamos el ascenso, sobre los 5.000 metros, ver el terreno con tanto hielo, peligroso, tomé conciencia de que hay que estar atentos, concentrados y no cometer un error que te puede costar la vida, hay que trabajar mucho con la mente, concentrarse, y no tener miedo.
Ezequiel- Cuando uno está en ese entorno, con las radios que informan lo que sucede en cada momento, viendo los movimientos de todas las personas, los guías, se va escuchando permanentemente sobre los accidentes que ocurren todos los días en Aconcagua. Algunos con un grado de gravedad muy alto, personas que han quedado muy lesionadas o que han perdido la vista por perder los anteojos, o las lesiones serias en los dedos de las manos y los pies. Al ver todo eso, uno toma conciencia de dónde está y lo que es necesario hacer. Uno lo que no quiere es cometer un error, y son muchas las variables que hay que tener en cuenta y muchos los factores que uno debe tratar de tener bajo control. Por ejemplo, caminamos usando botas que pesan un kilo y medio cada una, más los crampones, que pesan 600 o 700 gramos, más el peso que carga cada uno, entonces hay que tener control de todo eso, tratar de estar permanentemente enfocados, comprender las circunstancias. Creo que eso es lo que más marca, además de la jerarquía del equipo, respetar al otro, y colaborar permanentemente.
Micaela- En contextos tan adversos, lo que lo que más valoro es el trabajo en equipo. Yo hice cursos de liderazgo, de coaching, de trabajo en equipo, porque cuando uno es docente universitario debe prepararse también en esos aspectos. Pero no hay como la montaña. Para mí la montaña fue mi mejor maestra. Y después, el respeto, el mismo respeto que te pide la montaña, hay que darlo también al resto del equipo. Creo que todo el grupo mentalmente estábamos conscientes de eso. Y nuestro primer objetivo fue disfrutar mientras caminamos, porque realmente más allá de algún dolor físico o lo que sea, se disfruta mucho. Después si llegábamos o no, era para mí un segundo objetivo, que iba a depender de las condiciones.
Era una cuestión de disfrutar del proceso más allá del resultado…
Ezequiel- Para mí cada paso que hacía era la especie de récord personal. El día que hicimos Bonetes a los 5.000 metros, era el cerro más alto al cual me había subido, así que estaba feliz. El día que llegué a Plaza de Mulas, estaba feliz también. Y al tener las expectativas así tan tranquilas, me permitió disfrutar del viaje, a tal punto de sentarme en un momento de descanso y ver el Aconcagua desde tan cerquita y faltando tanto para la cima. Es casi como el fuego, no la podía dejar de mirar. Había algo atractivo en lo que miraba. Por suerte unos días después de mirarla tanto pudimos estar en la cima, pero ese ese disfrute de estar ahí, de estar con uno mismo, de pensar mucho también. Hay una especie de soledad, en esas caminatas tan largas, es una soledad muy atractiva, y de alguna manera, es reveladora también.
¿Cómo es llegar a la cima, al techo de América?
Micaela- Faltando 200 metros, cuando empecé a ver a un grupo de tres o cuatro montañistas que estaban llegando, a paso muy lento, se veía la cima, y no lo podía creer, es inexplicable, y me empecé a emocionar, se me caían las lágrimas, faltaban tres o cuatro horas de caminata y estábamos ahí, después de quince días de caminar faltaban solo unas horas. Y ahí fue una renovación de energías, esas horas pasaron rápido. Todavía hoy no caigo de adónde llegué. Eran cerca de las cinco de la tarde, las nubes cubrían todo y nos veíamos parados en las nubes. Fue muy emocionante para todos, de una u otra forma cada uno tenía su sensación, por cómo lo vivía. Pero la emoción nos tocó a todos.
Ezequiel- Lejos de procesarlo o de darme cuenta, fue un logro que no todos tienen la suerte de vivirlo, personas que se preparan y lo planifican mucho, lo intentan muchas veces y no llegan. Y que nosotros hayamos llegado a la cima, toda la expedición, es algo que no lo puedo asimilar. En ese momento de la cima yo venía con un cansancio muy importante, de manera que si bien la cumbre fue un momento muy especial, mi cabeza estaba muy enfocada en que era la mitad del camino. Todavía quedaba bajar por uno de los lugares más peligrosos. Obviamente que lo disfruté, tengo recuerdos de algunas fotos, de estar ahí arriba, de algunos abrazos con gente que no estaba ahí presente. Yo sentí el abrazo de un par de personas que no estaban ahí conmigo. Y te sentís tan nada ante la inmensidad de todo lo que te rodea y esto de no ver vida en ningún lado desde determinada altura en la montaña, que uno piensa en cuán importante es la vida, cuán trascendente es mi paso por este lugar. Seguro que es nada para la naturaleza y para la montaña, pero estar ahí con gente disfrutándolo es maravilloso. Recuerdo lo que me decía uno de los compañeros sobre una persona que una vez había hecho cima en solitario, porque lo quería experimentar así, y cuando estuvo arriba no tenía a nadie con quien abrazarse. Bueno, yo creo que en el montañismo hay un gran poder en ese "poder abrazarse".
Micaela- Durante la expedición yo sentí todas las energías de la gente que me acompañó tanto en la preparación como mis amigos, mi familia, que más allá de que todos saben del peligro que lleva este tipo de actividad, siempre me apoyaban con todas las buenas vibras y todo eso se lleva igual. Las piernas no te responden o lo físico te va diciendo basta, la cabeza toma la rienda y está alimentada de todo. Eso es como que es el motor que te ayuda a seguir. Por eso yo decía que esa cima pertenece a todos ellos que me apoyaron, porque para mí eso fue fundamental, eso me permitió disfrutarlo un montón y hoy estoy muy feliz por eso, por todo lo que lo disfruté más allá de la cima, como dijimos antes, disfrutar cada paso cada día no tiene precio.
¿Cómo sigue todo esto? ¿Hay nuevos desafíos?
Ezequiel- Me gusta mucho la montaña, me gustó mucho la verdad, así que sí, seguramente vamos a estar haciendo algunas otras cosas, porque la vivencia de estar 15 días con otras personas en esta circunstancias de disfrutar de situaciones como mojarse los pies en el río por más fresco que esté, son sensaciones que la verdad que valen la pena. Porque además en el montañismo hay una camaradería muy especial, una simplicidad en hablar, una gran humildad, compartimos situaciones con personas que hicieron setenta cumbres, y estaban hablando de cosas cotidianas con nosotros. Eso es invalorable.
Micaela- En este momento no tengo ninguna actividad programada, sí me gustaría contar con los recursos necesarios para hacer el Everest.