Sobre el apagón del 16 de junio que afectó no solo a nuestro país sino al vecino Uruguay, mucho se especuló: además de analizarse las responsabilidades técnicas contractuales del caso, se generaron memes, se tejieron teorías conspirativas, y se invocaron infinidad de aspectos de la política nacional. En estas breves líneas, nos limitamos a aportar una sencilla explicación técnica sobre las generalidades de este tipo de fallas, de manera tal que resulte accesible para la población en general.
El llamado Sistema Argentino de Interconexión (SADI) es un gigantesco cableado que permite que todos los generadores y los puntos de consumo de energía eléctrica de nuestro país estén interconectados entre sí. Es importante visualizar que cada una de las centrales hidráulicas, atómicas, térmicas o de energías renovables de nuestro país está conectada a los mismos cables que cada una de nuestras provincias, ciudades y hogares. Desde un enchufe en la cocina de una casa en el pueblo más recóndito de las Sierras de Córdoba hasta el tablero de alimentación de una empresa metalúrgica en Rosario, desde los generadores eólicos del Sur hasta la enorme central hidráulica de Yacyretá, todo está interconectado entre sí, y debe funcionar en equilibrio, lo que se conoce en términos eléctricos como “estabilidad”.
Existen también algunas interconexiones con el vecino Uruguay y con otros países vecinos, con distintos grados de interdependencia. Esta modalidad de interconectar países entre sí no es una variante local, sino que se sigue el mismo esquema en Europa o en las grandes extensiones de Norteamérica, por ejemplo. En términos generales, la intención de estas interconexiones es fortalecer la disponibilidad de energía en diferentes situaciones del día, aunque por supuesto conlleva otros desafíos técnicos importantes.
Para ensayar una explicación simplificada sobre el apagón que sufrimos recientemente, imaginemos por un momento que el Sistema Argentino de Interconexión es como una cinta caminadora eléctrica como las que se usan en los gimnasios y en los hogares mismos. Solo tenemos que aceptar que se trate de una cinta muy extensa, donde quepamos una detrás de otra unas cien personas, por ejemplo. Supongamos también que la cinta es accionada por muchos motores, digamos unos treinta de diferentes tamaños. En esa metáfora, puede considerarse que los caminantes son grandes regiones del país que están consumiendo energía a un cierto ritmo (el ritmo de su andar) y los motores que accionan la cinta pueden asimilarse a las principales centrales generadoras de electricidad de todo el país.
Imaginemos ahora que nuestra cinta caminadora está funcionando con todas las personas caminando al mismo paso y, lógicamente, con todos los motores al mismo ritmo: todo está en equilibrio. En esa situación, si se suben a la cinta algunas personas más, de a una por vez y gradualmente, la velocidad se podrá mantener relativamente estable y las personas que caminaban antes por la cinta no percibirán cambios notorios en su andar. Lo mismo ocurre si se va bajando una persona por vez: la velocidad de la cinta se podrá mantener bastante estable. En comparación, esto significa que el SADI puede mantenerse funcionando con normalidad (con estabilidad) mientras las cargas se vayan conectando y desconectando gradualmente.
Por el contrario, si veinte personas deciden subirse al mismo tiempo a la cinta caminadora, esta tenderá a frenarse de repente y se producirá un esfuerzo importante en los motores para mantener la velocidad. Las cien personas que ya estaban caminando notarán un sacudón: si lo permite la combinación entre las cantidades de personas y la potencia de los motores, la cinta volverá gradualmente a retomar la velocidad que traía antes y todo volverá a la normalidad en un tiempo.
El tema se hace mucho más problemático si la combinación entre cantidad de personas y potencia de los motores no es una de las mejores en ese momento, o incluso si alguno de los caminantes se tropieza y se cae cuando se produce la sacudida. Esto seguramente significaría que más personas se caigan y que la cinta se acelere de repente, con lo cual se produciría el desastre total: todo el mundo por el suelo. Una explicación parecida, solo que al revés, puede ensayarse pensando en que una gran cantidad de personas se baje bruscamente de la cinta. En ambos casos, lo que ocurre es que, luego del caos, se debe detener la cinta caminadora y comenzar todo de nuevo.
En términos eléctricos, el hecho de que se bajen muchas personas de la cinta equivale a que una ciudad o región importante deban desconectarse en algún momento debido a alguna falla (por ejemplo, un cortocircuito importante en una línea). En ese caso, se puede afirmar que el SADI pierde la estabilidad y se produce un apagón como el que vivimos, con lo cual prácticamente se lo debe desconectar y comenzar todo de nuevo, volviendo a conectar ciudades y regiones gradualmente. Lo mismo vale cuando una región importante está desconectada y se la vuelve a conectar: el sacudón en términos eléctricos es muy importante y pone al SADI en una situación límite donde es mucho más propenso a fallas catastróficas de este tipo.
Aunque no lo notemos en nuestra vida diaria, la situación de estabilidad que se presenta aquí de una manera muy simplificada se mantiene cotidianamente por medio de diferentes protecciones y automatismos del SADI, y por medio de las decisiones que van tomando los operadores del sistema eléctrico. Solo nos percatamos de la complejidad de estos sistemas cuando se producen fallas de esta magnitud. Actualmente, se están generando los primeros informes que permitirán conocer cuáles protecciones y automatismos son los que debieron fallar para llegar a esta situación extrema. Por supuesto, a partir de tal información técnica, se comprenderá mejor dónde radican las responsabilidades por la falla y se deberá determinar un plan de acción para corregir las causas.
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